Loreto B. Gala
No puedo respirar.

Ilustración: Quentin Monge
Luego de cinco meses de convivir forzosamente con una pandemia y en el momento en el que empezamos a ver las consecuencias, el mundo entero está sacudido por un crimen racista ocurrido en Estados Unidos. La población mundial se muestra afligida, consternada y comienza un movimiento en las redes sociales que quiere dar voz a la injusticia. Sentimos el dolor y queremos manifestarnos. "Si te mantienes neutral frente a una situación de injusticia, estás de parte del opresor", es la frase que más se ha visto en las manifestaciones y que por fin cobra todo sentido. Pero la frase "I can't breathe", es la que más me ha movido por dentro. Era lo que George Floyd decía mientras el policía lo ahogaba con su rodilla. "No puedo respirar". El hombre era afroamericano, padre de una niña de seis años. La razón del arresto era haber pagado en una tabaqueria con un billete falso de veinte dólares. Murió asfixiado por la rodilla de un policía, con la cara mirando hacia el pavimento y ante la impasibilidad de otros tres agentes.
La mayoría de las muertes por el coronavirus se debían a la incapacidad de respirar. Vuelvo a sentir que nos llegan mensajes desde el universo, de que lentamente nos estamos asfixiando. Encuentro el puente de conexión entre la revolución mundial vivida por la pandemia y la revolución mundial por un crimen claramente racista. El puente de conexión es la sociedad que somos y que hasta ahora hemos ido construyendo. No podemos seguir así: nos estamos auto-extinguiendo.
Nadie nace odiando a otra persona. De hecho, el instinto de vida de un bebé recién nacido es el amor. El amor a su madre o a la persona que le está proporcionando la alimentación. Es lo que llamamos "apego". En el apego no existe el odio. El apego no sabe qué es un color de piel aunque sí entiende de pieles. Sólo sabe de amor, porque es el amor el que le nutre y le da vida.
Por lo tanto, ¿de donde vienen los actos racistas, la intolerancia, la falta de respeto, la agresividad contra otra persona? Son sentimientos aprendidos. El odio y el amor se proyectan en otras personas. Son igual de poderosos y pueden construir y destruir el mundo. Nosotros, como padres, somos responsables de lo que proyectamos en nuestros hijos: odio o amor.
Muchas veces hay doble mensajes en las familias porque predicar sobre el amor es una cosa, pero dar ejemplo es otra. Los gestos son más fuertes que las palabras, los niños no solo nos oyen, sino que nos ven. Como padres debemos hacernos esa pregunta, aunque implique reconocer que lo estamos haciendo mal. ¿Cuánto del amor que yo predico lo proyecto en mis hijos? Porque ese amor será introyectado por nuestros niños, es decir, ellos lo harán un sentimiento propio y lo volverán a proyectar en otros. Hay una doble moral en nuestras familias que causan finalmente mucho sufrimiento en la sociedad.
A veces hay un amor atrofiado. Que quiere salir pero no puede. Que quiere ser proyectado pero no sabe cómo. Y entonces hay malos entendidos. Hacemos daño sin querer. Y esto pasa por falta de herramientas internas y sociales. Ese amor atrofiado también puede estar en nuestras familias y es bueno detectarlo, trabajarlo y darle la oportunidad de sanarse para que se pueda proyectar en nuestros hijos en forma de amor completo.
No nos quedemos solo como expectantes. Nos toca analizar. Recapacitar. Escuchar.
De nada sirve si después de tanta reflexión no hacemos cambios y volvemos a lo de antes. Sufriremos entonces de una amnesia social. Y no debemos olvidar. No podemos olvidar las muertes por la pandemia. Tenemos que tomar medidas y eso significa cambiar algo de manera individual y social. Y lo mismo con la muerte de George Floyd. No podemos volver a girar la cabeza luego de haber estado colgando cuadrados negros en nuestro instagram, vídeos mostrando empatía y comprensión, frases que invitan a la reflexión, la justicia y al amor.
Debemos hacer cambios. Sino, nos asfixiaremos. Nos auto extinguiremos.
Debemos empezar desde nuestras familias y la manera de educar: cambiando el relato, la narrativa, nuestro vocabulario, los conceptos e ideas que nos han llevado hasta aquí , que han sido causantes de sufrimiento ajeno. Tenemos que reestructurar nuestra manera de pensar y eso se consigue con esfuerzo, con conciencia, reflexión, voluntad, empatía, compasión y sobre todo: mucho amor al prójimo.
El amor al prójimo es la única manera de evitar que muramos asfixiados. Todos seremos co-responsables de los crímenes racistas que puedan haber a partir de ahora en el futuro. Todos estamos llamados a reconstruir la sociedad en la que vivimos y que nos está causando tanto sufrimiento.
Hay una cosa aún más importante y que le da todo el sentido a ese amor. Eso es el perdón. Saber pedir perdón y saber perdonar. El amor real conoce el perdón. No da cabida al rencor. Sabe comenzar de nuevo. Sabe abrazar el error cometido.
No solo debemos capacitar, cambiar nuestra narrativa sobre cómo concebimos lo que es diferente a nosotros. No solo debemos ser tolerantes, respetuosos. No sólo debemos tener el propósito de difundir amor. No solo debemos dar ejemplo. También debemos pedir perdón. Cuántas veces hemos hecho algún comentario despectivo respecto a otros en frente de nuestros hijos, aunque no haya sido con intención de hacer daño? Está bien, se nos puede escapar. Pero debemos reconocerlo y pedir perdón:"no era mi intención decir algo así, lo siento."
Pidiendo perdón es cómo empezamos a sanar la herida.
Llevo dos días de profunda reflexión. Acostándome tarde buscando en la memoria momentos en mi vida en los que he cometido ese error. He sentido culpabilidad. He llorado. He sentido el dolor que yo he causado. He sentido el corazón de todas aquellas personas a las que alguna vez, en algún momento por más ínfimo que pueda parecer, he pasado a llevar su dignidad. Llevo dos noches también pidiendo perdón.
Quiero pedir perdón por cada vez que de mi boca salió alguna frase despectiva. Por cada vez que dije algo que hirió la dignidad de otra persona. Por cada vez que he omitido mi opinión cuando he visto que otros han dañado la dignidad de una persona.
Pido perdón porque no he visto el sufrimiento ajeno.
Pido perdón porque mi comportamiento ha contribuido a generar prejuicios.
Pido perdón porque no he amado con el corazón.
El coronavirus ha matado a cientos de miles de personas por asfixiar sus pulmones. Y a la vez, son cientos de miles de corazones que sufren asfixia por nuestra incapacidad de amar.
Es hora de empezar a pedir perdón y amar al prójimo, simplemente por el hecho de ser persona. Tan persona como yo.