Loreto B. Gala
Empecé por la cocina.

La primera pregunta que nos viene a la cabeza a la hora de pensar en cambiar de estilo de vida es "por dónde empezar". Yo siempre recomiendo empezar por lo que nos sea más fácil o práctico. Hay personas que al tener una mudanza inminente, ve una oportunidad para deshacerse del exceso de cosas y quedarse con lo básico.
Yo empecé por la cocina.
Hace ocho años vivíamos en San Sebastián, ciudad muy atractiva por su comida. Durante esos tres años no había otra que comer las delicias que nos ofrecía la ciudad, de tapa en tapa, de pintxo en pintxo. Y de sidrería en sidrería. Yo personalmente era muy fan del chuletón. Me encantaba la carne roja y en lo posible cruda. Con un buen toque de sal gruesa y nada más.
Luego de tres años alimentándonos así, al volver a Barcelona, conocí a un chico (psicólogo) quien, después de hablar sobre comidas, me preguntó "¿pero tú no te cuidas?". Yo me quedé pensativa. Y sabía perfectamente la respuesta: no, no me cuido realmente. Es más, ni si quiera pienso en qué como, es un proceso automático.
Esta pregunta, así de sencilla pero tan bien formulada en el contexto de nuestra conversación, hizo que cambiara de chip de un segundo a otro. Decidí empezar a conocer más sobre la alimentación y la comida que les estaba dando a mi familia. Me hice vegetariana durante un año. En realidad, fue tanto el atracón de chuletones los últimos años que mi cuerpo necesitaba desintoxicarse, estaba saturado de carne.
A partir de ahí, empecé con mi despertar hacia una alimentación más consciente.
Conocí una cuenta de Instagram que me dio todo el sentido: Carlos Rios, quien habla con toda la sencillez del mundo, pero muy determinantemente, sobre la "matrix" en la que vivimos. Empecé a leer sus reflexiones y encontrarle la razón: el marketing en los supermercados nos hace creer que los productos ultraprocesados son sanos y nutritivos. Yo nunca había oido hablar de la comida ultra procesada, así que empecé a averiguarme más. Lo ultra procesado es aquello que ha tenido que pasar por muchos procesos de elaboración para dar un resultado, perdiendo así nutrientes, vitaminas, etc, aunque luego sean añadidos industrialmente. Es decir, no son naturales. Y para su conservación se requiere azúcar. Mucha azúcar. Carlos animaba a leer las etiquetas de los envoltorios para conocer verdaderamente los ingredientes que habían en los productos. Todo aquello que contuviese dextrina, dextrosa, glucosa, fructosa, jarabe de algarroba, jarabe de malta, jarabe de arroz, jarabe de maíz, maltosa, manosa, melaza, miel o panela (entre otros) tiene azúcar añadido.
Cuando empecé a leer las etiquetas decidí no comprar los productos. Esto era otro punto que Carlos mencionaba: los supermercados nos ofrece la comida, pero eso no significa que yo estoy obligada a comprarla. Puedo decidir. Así que decidí no comprar productos ultra procesados, ni que tuvieran azúcar (casi todos los ultra procesados).
Casi automáticamente dejé el azúcar. Cuando dejas de consumir productos ultraprocesados empiezas a darte cuenta que tienes paladar. Y que tu paladar estaba acostumbrado a lo artificial.
Paralelamente dejé de comprar productos envueltos en plástico, como la fruta y la verdura y empecé a utilizar bolsas de tela o cajas de cartón, a pesar que en los cajeros me mirasen con cara estupefacta preguntándome si quiero una bolsa de plástico.
"NO, GRACIAS"
La clave en todo esto es decir que no.
En eso, me quedé embarazada de la pequeña y mi cuerpo me pedía el hierro (sobre todo carne roja), así que volví a consumir carne. Pero luego de un año de "desintoxicación" me di cuenta que no me gustaba el sabor. Así que reduje el consumo a solo un par de veces al mes. Casualmente, a mi hija mayor le vino una "lucidez mental" con el tema de la carne y me pidió dejar de comer "animales muertos" (honestamente, nunca sabré de dónde sacó ese término).
Como buscaba sobre todo alimentos no envueltos en plástico ni ultra procesados dejé de comprar en super (hiper) mercados, para empezar a comprar en pequeños comercios (de barrio) o en mercados más grandes que ofrecieran productos locales, como huertas rurales. En mi afán por entender más descubrí que una de las causas más dañinas para el medio ambiente era no comprar local. ¿Por qué? La pregunta es al revés... ¿porqué tenemos que comprar un mango que viene de Brasil? ¿O un aguacate de Perú? ¿O Kiwis de Nueva Zelanda? No es necesario hacer viajar a la fruta 10 mil kilómetros, en congeladores gigantes, para que yo tenga el deleite de comerla.
Descubrí que en otoño podemos encontrar mango y aguacates de Málaga y desde entonces, estoy siempre buscando el ORIGEN de los alimentos. Eso es elegir un producto con intención, con previsión, con responsabilidad. Es el consumo reflexivo, responsable, sostenible.
Antes, yo consumia de manera impulsiva. Sin ser consciente de mi acción.
Muy rápidamente empezó a gustarme este estilo de compra. Y lo empecé a aplicar a todo, no solo la comida, sino que a cualquier tipo de compra.
"Cuanto más local, más sostenible". Al ser local, me vi limitada a comprar sólo lo que buenamente ofrecía nuestra tierra: alimentos de temporada. Así que me encontré con un gran desafío: la cocina de verdad.
Me puse a aprender a cocinar con productos naturales, locales, sostenibles, ecológicos, nutritivos y además ricos. Y debo deciros una cosa: desde entonces, amo cocinar.
Descubrí a Chloe de @beingbiotiful y sus recetas riquísimas en base a productos naturales, sin carne (vegetariana, un gran punto a favor) y sin gluten. Y aquí se me abrió otro pequeño mundo por descubrir: el de las harinas.


Quise comprar el libro de recetas de Being Biotiful -que se veía espectacularmente bueno y fácil- pero la primera cosa que me encontré es la palabra "licuadora". Ni idea qué era eso. Escribí a Chloe para que me aclarara este concepto y me contó las maravillas de una trituradora (o licuadora en vaso) así que fui a por ella. La primera vez que hice un puré de verduras con cúrcuma y aceite de coco me sentí toda una experta. "de aquí al estrellato!". A todos en casa les encantó. Luego probé hacer hummus, pancakes de remolacha, coliflor con curcuma al horno... Todo estaba riquísimo y era tan fácil. Y encontré el gusto a preparar las comidas en casa, también las harinas. Tan sencillo como comprar copos de avena y triturarlos. Lo mismo el arroz: triturar y luego tamizar (para que no queden restos gruesos).
Dejar el gluten y la carne en el último lugar de la escala de alimentos ha hecho que tenga más interés en la comida, porque se vuelve más creativa, diversa, aromática y gustosa. En definitiva, es una comida más reflexiva, con intención. Porque cada ingrediente es natural, conserva sus nutrientes y el cuerpo lo agradece.




Al día de hoy no consumimos carne roja pero compramos muy de vez en cuando pollo de campo de la región y sin antibióticos. El pollo ha ido perdiendo protagonismo hace ya un par de años, con el tiempo ha dejado de ser un alimento "interesante". De todos modos, el cuerpo se acostumbra a todo. No promuevo ser vegetarianos o venganos porque considero que estas opciones son personales, con razones personales y al final la alimentación es una elección de cada uno. Pero sí promuevo una alimentación reflexiva:
- Averiguar el origen de los alimentos antes de comprarlos. Cuanto más locales menor es la huella de carbono. Yo sé, por ejemplo, que el aceite de coco es muy sabroso y aporta mucho en las comidas con verduras o en la repostería, pero el aceite viene de Indonesia por rutas generalmente marítimas (grandes contenedores cargados hasta arriba) lo que es muy contaminante para los océanos y el efecto invernadero. En contra posición, tenemos el aceite de oliva, de producción española y con menos kilometraje. Cuando estábamos en Francia, por ejemplo, sólo compraba productos "made in France" y dentro de estos, compraba los de la región de Aquitania, que era donde me encontraba. La compra se limita un poco, pero finalmente comemos igual de bien, con productos de temporada, sanos y que respetan nuestro medio ambiente.
- Apoyar el comercio local, las huertas rurales o ecológicas, nos ofrecen productos frescos que no han estado reservándose en grandes congeladores para alargar la temporada. Es lo que ocurre, por ejemplo, con las manzanas. La manzana no es fruta de verano, sino que de otoño. Probablemente, las ricas manzanas austríacas que vemos en el supermercado han estado reservándose para ser vendidas en verano y así alargar su temporada. Las huertas o comercios pequeños ofrecen lo que la tierra les da en ese momento.
- Elegir a granel. Hoy en día hasta los grandes supermercados (como Carrefour o Lidl) ofrecen productos a granel. Esto permite controlar el packaging (envoltorio) de los productos. Cuando sé que voy a encontrar productos a granel, me llevo unas bolsitas de algodón (o el mismo supermercado ofrece bolsas de papel) y así no consumo plástico.
- Utilizar productos de temporada. Una manera de vivir conectado con la naturaleza o nuestro medio es eligiendo los productos que nos ofrece la agricultura, aunque en verano nos hartemos de sandia y en invierno de acelgas. Para no tirar siempre de la carne (como se suele hacer en todas las familias) es importante conocer muchas maneras de cocinar un mismo alimento. Por ejemplo, la alcachofa, el calabacín, la calabaza, el tomate, la berenjena... Y estos combinados con otros ingredientes pueden quedar sabrosísimos sin cansarnos nunca. esto lo he ido aprendiendo gracias a las recetas de Chloe y su Batch Cooking donde hay una infinidad de ideas.
- Manos a la obra. Animarse a hacer las elaboraciones en casa (lo que vendría siendo prácticamente el opuesto del producto ultra procesado) La elaboración de harinas por ejemplo es coser y cantar. Y da mucha satisfacción. El otro día hice un bizcocho de higos y chocolate conn base de harina de avena y arroz. Cuando leí los ingredientes (un domingo por la tarde) y me di cuenta que no tenia ninguna de las dos harinas, así las hice yo misma (bendita liquidadora). Todos los ingredientes quedaron tan buenos, que no duró ni 20 minutos. Lo mismo con las masas de pizzas, de pancakes, de crepes...
La cocina reflexiva trae triple satisfacción. Qué gusto da ver a los tuyos deleitarse de tus creaciones, porque lo has hecho todo tú y porque has cuidado a todos. No solo a los tuyos dándoles de comer algo rico y saludable, no sólo cuidas nuestra tierra, porque has cocinado con materiales naturales, sino que además cuidas tu espíritu, porque aunque has tardado un poco más, has manchado más la cocina, has trabajado un poco más de la cuenta... has cocinado con el corazón.


