Loreto B. Gala
Nuestro viaje al Fin del Mundo

Mi padre es chileno. Mi madre es española. Y yo nací en Barcelona el año 81. Crecí sin saber que existía un país largo y estrecho en el otro hemisferio. El último país del Mapamundi. Mis conocimientos sobre Chile eran los mismos que tenia sobre Mexico: se hablaba el español y habían terremotos.
Con casi once años aterricé en tierras chilenas, con la idea de que sería temporal. La decisión de irnos fue tomada casi de manera precipitada y a nosotros (al menos a mi) no se nos explicó bien lo que estaba pasando.
En el aeropuerto nos esperaban un grupo muy grande de personas a quienes teníamos que llamar “tías”, “tíos”, “primos” y “abuelos”. O “Tatas” como se les dice a los abuelos en Chile. Desde ese momento teníamos que actuar como si fuésemos una gran familia. Y yo, desde el momento que pisé ese aeropuerto, solo pensé en volver.
Chile no me gustó nunca. Me costó adaptarme (yo, que me hago amiga hasta de las farolas). Me costó entender su sociedad, su mentalidad, su geografía. Durante 14 años soñé todas las semanas en volver. Soñaba que volaba. Que empezaba andando a marcha rápida, que mis pies se elevaban y que con la fuerza de mis brazos conseguía volar más y más alto. Y soñaba que cruzaba el Amazonas, el Océano Atlántico, África y España hasta llegar a mi querida Barcelona. Soñaba que abrazaba a mis abuelos. Soñaba con el olor a Heno de Pravia que salía del cuarto de baño. Soñaba con Canyelles Petites y su mar verde azulado. Con la escalera de hierro, las paredes blancas, la virgen incrustada en la pared de la entrada, el olor de las adelfas y la cuesta arriba para llegar a casa.
Chile no me daba eso.
A los 24 años y al acabar la carrera, decidí dejar Chile. Cerrar esa etapa a pesar de que mi familia se quedaba allí. El día que lo dejé, dejé de soñar que volaba. Mi alma se había liberado.
Pero siempre he tenido una espina clavada, porque no supe apreciar ese país. No supe quererlo como mis hermanos. Así que luego de doce años fuera y con tres hijas, pensé que era hora de encontrar la reconciliación. Habían pasado ya muchos años en los que pude deshacerme de los malos recuerdos y me sentí capaz de ver el país con otros ojos. Y dejarme enamorar.
En realidad, fui a que Chile me conquistara, por primera vez.
Y lo hizo.
Santiago, la capital, ha cambiado enormemente desde que llegué por primera vez, el año 92. No tiene casi nada que ver con lo que era en aquella época, cuando aún parecía una ciudad de un país emergente. Santiago es en realidad una ciudad nueva y moderna, llena de carreteras sin semáforos, de túneles, de edificios vanguardistas. La arquitectura chilena se ha vuelto muy innovadora combinando materiales puros y el juego con la luz y la naturaleza.

Santiago es una ciudad gigante. Tus ojos no llegan a ver hasta dónde acaba. Por las noches, desde los alto de los cerros, puedes ver un océano de luces que brillan y que no tiene fin. Millones de personas viven en un constante estrés por movilizarse y adaptarse a los horarios y han de convivir en una ciudad que crece a lo ancho, en una especie de agujero. Una ciudad en la que nunca te aburres, porque siempre hay algo que hacer, visitar, comer, aprender...
Allí viví 14 años. Y no lo pude apreciar. Vivía en la zona alta de la ciudad, donde se podían ver perfectamente ese mar de luces del que hablo. Pero yo sólo veía el smog, el gris, el frío, y la depresión que me daba llegar a casa. Ahora, al ver las palmeras de mi antiguo barrio elevarse infinitas al cielo y el sol acostarse por detrás del cerro Manquehue dejando la Cordillera completamente anaranjada, es cuando sentí el primer flechazo en mi vida.
Los atardeceres en Chile son de película. Una “golden hour” que no he visto en otro lado. Porque el sol se pone por el mar y la Cordillera de los Andes hace de espejo...
Santiago, una ciudad infinita. Estresante. Que lo tiene todo, absolutamente todo. A media hora de las pistas de esquí, a 4000 metros de altura. A una hora del mar...
Sin embargo, es una ciudad asfixiante. Por eso, para este viaje decidimos quedarnos poco tiempo allí. Mi destino favorito en Chile siempre ha sido el sur, especialmente una pequeña ciudad llamada Puerto Varas. El Sur nos da la mezcla mágica entre lagos y volcanes, la selva fría, la frondosidad que contrasta con la sequedad y el calor de Santiago y aún más con El Norte de Chile, donde reina el desierto más árido del mundo y los cielos más puros. El Sur, en cambio, es una explosión verde.
En Chile, la geografía es muy extensa. Parece no acabar nunca. Más de seis mil kilómetros de costa bañada por un Pacífico de aguas terriblemente frías y batidas. Y olas de hasta siete metros de altura.
La mayoría de la población se concentra en el centro, sobre todo en Santiago, que divide el país en dos. Por eso, se habla de El Norte o El Sur.


Durante este viaje me obligué a abrir el corazón. Ver Chile con ojos de extranjera para enamorarme. Sabía que ésta sería la base de mi reconciliación. Todo me pareció precioso. La comida, la artesanía, los paisajes, las costumbres, la idiosincracia. La mezcla entre lo moderno y lo tradicional, lo autóctono y lo colono.
Para ir a Puerto Varas, a 1000 kilómetros de distancia desde Santiago, pasamos una noche en casa de unos tíos míos. Una hermana de mi padre que por amor y por trabajo se trasladó a vivir “al sur” por lo que el contacto con ella era poco frecuente. Sin embargo, como buena “provinciana” (dícese de los que no viven en Santiago), siempre ha tenido el corazón muy grande. Y la casa abierta para los amigos.
La casa y familia de Tota y Feña son como un pedacito de cielo. Su jardín rodeado de campo y caballos, álamos, hortensias intensamente azules y árboles autóctonos de tantos años. Al fondo de todo el Nevado de Longaví , uno de tantos volcanes, siempre tan imponente.
No hay día sin pan amasado, pebre, bizcocho de frambuesas o algún postre hecho por ellos. Las barbacoas que empiezan al caer la tarde hasta la media noche, acompañadas del calor de una hoguera y el horno de barro que calienta una pastelera de choclo.
Es el Chile que a mi me gusta. El de abrazos largos, el del “usted” tan cariñoso y cercano, que nos hace respetarnos y querernos tanto, sin importar la edad ni la condición social.
Probablemente, de haberme quedado en Chile, hubiera escogido vivir así. “Provinciana”. Volver a verlos a ellos me ablandó el corazón por completo. Y acabó por conquistarme del todo.
Solo bastaron unas horas.



Reanudamos el viaje para seguir conduciendo siete horas más y llegar a una altura casi equivalente a Nueva Zelanda. Pasamos de los álamos, el eucalipto y los pinos a ver árboles milenarios y autóctonos como el Coigüe y el Ulmo. Y al final, cuando ya habíamos alcanzando el cansancio del viaje, ahí estaba mi premio. El volcán Osorno reinando el Lago Llanquihue. La ciudad de los alemanes colonos, tan pequeñita que se pierde en la inmensidad del lago, tan bonita que robó mi corazón a los 18 años. Siempre me quedó guardada en la memoria la majestuosidad del volcán Osorno, escoltado por otros tres volcanes más a lo lejos e imponiéndose sobre el lago intensamente azul. Siempre he querido volver y sobre todo, enseñarle a mis hijas que en el mundo existen maravillas.





20 años después, me parece como si nada hubiera cambiado. Puerto Varas, igual de pintoresca, igual de pequeña, caótica y estética. Aquí era donde yo me sentía libre. Lejos de la gran ciudad, de las personas, del agobio, de la burbuja social y obligatoria de Santiago.
En este rincón perdido de Chile, de tradición alemana, me sentí cerca de Europa, cerca de la naturaleza y pude sentir mis raíces. Mi cuerpo se volvía más liviano y mi alma más grande. Era la mezcla perfecta.
Solo tuvimos seis días de conexión con lo más profundo de la naturaleza. Subir a un volcán no es precisamente una actividad común. Hacerlo te conecta con el origen de la tierra. Lo que ha dado forma a lo que ven tus ojos en esos momentos. La sensación de ser pequeños, creados y pensados dentro de un perfecto ciclo de vida. Una vez más, con los pelos de punta, me sentí privilegiada por ser parte de este ciclo. Y solo surgen ganas de quererlo, protegerlo, admirarlo y cuidarlo.



Chile es un país que ofrece todo. Un mar abierto y espectacularmente vivo. Montañas con alturas de casi siete mil metros, volcanes activos e inactivos, lagos que parecen mares, el desierto más árido del mundo, uno de los cielos más puros del planeta, una selva fría compuesta de árboles milenarios, glaciares, pampas, un extenso territorio en la Antártica y unas diminutas islas en el ombligo del mundo, como Isla de Pascua o Robison Crussoe.
Chile no te deja indiferente. Lo amas o lo odias. Y yo tuve a mi corazón entre estos dos sentimientos opuestos, provocándome la sensación de inadaptación, de pez fuera del agua.
Este viaje me ha devuelto el amor por él. Por su tierra, su gente y sus raíces. No es el lugar donde yo elijo vivir ni donde quiero que crezcan nuestros hijos. No es el mejor país del mundo tampoco. Pero he tenido que conocerlo, vivirlo, sufrirlo y quererlo. Y entonces, me queda un pequeño sentimiento de amor. De ser chilena. Y creo que ademas, también, llegué a sentirme orgullosa de serlo.

DONDE IR: Chile es un país que se puede recorrer de Norte a Sur porque todas sus regiones ofrecen diferentes lugares de interés.
El Norte
En el Norte está el Desierto de Atacama, algo muy querido por sus dunas y atardeceres sobre El Valle de La Luna o San Pedro. En el Norte además, siempre hace buen tiempo. No llueve casi nunca y las temperaturas durante el día son altas pero aguantables. Por la noche bajan muchísimo por lo que hay que ir abrigados. Se puede dormir perfectamente en tiendas de campaña y recorrerlo en caravana. Una de las mayores atracciones también son sus cielos por la noche. Al estar casi siempre despejados se puede apreciar la Via Láctica mejor que en un Planetario. Es definitivamente estremecedor.
Es recomendable también viajar al Norte en la primavera, entre Agosto y Septiembre, porque cada ciertos años ocurre un fenómeno precioso llamado Desierto Florido. El desierto más árido del mundo se convierte en un jardín de flores.
El Sur
Durante el recorrido hasta el sur prevalecen sobretodo los lagos. Hay cientos de lagos rodeados de vegetación autóctona y suelen haber volcanes nevados y a la vista en la mayoría de ellos. La Selva fría que es parte de La Patagonia es muy extensa y frondosa. Al tener una temperatura fría está libre de bichos raros (o insectos letales) y de animales peligrosos. Es una especie de bosque infinito de árboles milenarios, un concierto de sonidos entre las aves y los ríos que se expresan aún de manera salvaje.
La Región de los Lagos es mi favorita por esta razón. La temperatura puede variar, pero es bastante más baja que en El Norte, lo que es muy agradable. Eso si, es normal que llueva y haga días de invierno en pleno verano.
Más al sur aún, están las archiconocidas Torres del Paine y el Glaciar Perito Moreno. Yo no he estado personalmente pero sé que no tiene comparación.
La zona Central:
Es donde se concentra la mayoría de la población. Está dominado por Santiago y todo sus alrededores. Muy cerca de Santiago, a una hora y media, hay diferentes playas aptas ara ir con niños: Empezando por ¨la joya del Pacífico", Valparaíso, una ciudad portuaria vestida de color y edificios emblemáticos, a su lado está Viña del Mar. En esta órbita se encuentran también Santo Domingo, un pueblo de veraneo muy familiar, Algarrobo, Zapallar, Cachagua, Maintencillo. Todas estas playas son perfectas para ir con niños, aunque siempre con cuidado porque el mar es muy batido.
Un poco más al sur de Santiago, a unas cuatro horas, se encuentra Matanzas y Puertecillo, ambos pueblitos han crecido bastante y se han vuelto muy tentadores, por las actividades que hay en familia y la buena comida. Hacia el interior de esta costa se encuentra el Museo de Santa Cruz, que refleja muy bien la historia de Chile y resulta muy didáctico. En Santa Cruz también se disfruta de los mejores viñedos.
GASTOS:
Chile es excepcionalmente caro. El alquiler de un coche de 5 plazas cuesta 60 euros diarios. A esto, suma la bencina y los peajes que hay que pagar (obligatoriamente si quieres conocer el país). Las estancias por Airbnb son caras también, entre 150 y 250 euros por noche, para un grupo de 8 personas.
Salir a comer es igualmente caro, a no ser que conozcas lugares de gente local donde hay muy buena comida por precios muy bajos. Pero como turista, como no los conoces, lo más probable es que toque pagar mucho. En cualquier caso, ha sido en Chile donde he pagado el zumo más caro de mi vida, en una playa escondida en la zona central. Ocho euros por un vasito de zumo de fresas.
LUGARES DE INTERÉS QUE RECOMIENDO PARA IR CON NIÑOS.
(Todos son perfectos para ir en familia, con un ambiente acogedor y fácil de acceder.)
Santiago. No tengo referencias de dónde dormir, ya que siempre he estado en casa de familias o amigos.
Matanzas (lugar ideal para hacer surf y windsurf) Para dormir: Sin dudas, el Hotel Surazo
Ojo! su restaurante es mi favorito de todos.
Puertecillo (para hacer surf) Sólo a través de Airbnb
*para Matanzas y Puertecillo es recomendable llegar con una 4x4 (todo terreno) ya que en muchas ocasiones el camino de tierra puede jugar una mala pasada. Es normal quedarse "enganchado".
Cachagua y Zapallar (playas aptas para el baño)
Valparaíso (ciudad protegida por la UNESCO)
Puerto Varas; Frutillar y sus alrededores. Las cabañas tan preciosas donde alojamos se llaman Quebrada Verde
Reserva Biológica de Huilo Huilo
La misma reserva ofrece diferentes alternativas para dormir.
DESVENTAJAS DEL VIAJE:
El mar chileno es muy batido y realmente frío (a 13-15 grados, debido a la corriente de Humboldt) con olas muy grandes y con muchas corrientes. Hay que ser experto en este tipo de mar, porque es peligroso. Suele estar prohibido bañarse. Sin embargo, las playas de Cachagua, Zapallar y Algarrobo en la zona central son más aptas y adecuadas para niños. En el Norte también hay muchas playas más tranquilas y con temperaturas un poco más altas. Dato anecdótico: mi marido ha surfeado con leones marinos a diez metros.
El sol es muy fuerte y es conocido el daño que provoca el agujero de la capa de Ozono en este país. Es muy importante tener crema de sol con mucha protección solar y vigilar las horas de exposición al sol.
Chile es un país sísmico por lo que es habitual sentir "temblores". La tierra se sacude todos los días pero generalmente no lo notas. Solo de vez en cuando (quizás tres o cuatro veces al año) sientes cómo todo se mueve porque está habiendo un pequeño "terremoto" de 3 a 4 grados, que no provoca ningún daño ni es peligroso en absoluto. Es una verdeara experiencia sentir la fuerza de la tierra. Las viviendas están perfectamente acondicionadas para casos extremos, por lo que los famosos temblores se viven de manera normal y como una anécdota más. No hay que tener miedo. Incluso, en el caso de un verdadero terremoto, no suelen haber víctimas mortales, exceptuando lamentablemente las zonas muy rurales o con peores recursos económicos. También depende de el origen del terremoto, que al ser un país muy extenso, es difícil estar cerca de él y tener consecuencias graves.
El viaje a Chile es incómodo. Desde España se vuela directamente desde Madrid. También hay una linea nueva de bajo coste, Level, que viajará directamente desde Barcelona a partir de abril.
Son 13 horas de vuelo sin parar. Se hace pesado con niños. Yo recomiendo más ir de noche porque los niños son más capaces de dormir en el avión que uno mismo y al menos así lo tienes más controlado. Lo único malo de esto es que uno duerme muy mal (o nada) y al día siguiente tienes a tus hijos como una moto ;-)
Hay turbulencias al cruzar Brasil, algo muy habitual y nada peligroso.
MONEDA:
El euro está más o menos a 700 pesos chileno. Todo parece carísimo, porque un kilo de pan cuesta 1.500 pesos (2,5 euros), lo mismo con la leche, etc. Es difícil acostumbrase a ver números tan altos, como 1 millón de pesos por 10 días de alquiler de una cabaña... Es un precio razonable, porque Chile, además está muy caro. Es recomendable de todas formas hacer cálculos, ya que los precios son comparativos con los europeos. Cuando exceden, es porque probablemente están pasando por listos ;-)
SEGURIDAD
Chile no es como Brasil o Venezuela, donde pueden haber atracos a mano armada. En realidad es muy seguro y su cuerpo de Policía, llamado Carabineros, es la institución con mejor aprobación de los chilenos. Es un país en vías de desarrollo aún, pero la pobreza no obliga a robar y atracar a diestra y siniestra. No obstante, hay que tener mucho ojo porque hay mucho carterista y detectan rápidamente a los turistas. En general, hay un ambiente muy familiar y uno no tiene sensación de inseguridad. De la misma manera, el chileno en general es de carácter solidario, muy amable y dispuesto a ayudar. Sobretodo si vas con niños.
Si tienes mutua estarás probablemente cubierto hasta 400€ (según plan) en una de las mejores clínicas privadas de Santiago. Nuestra pequeña llegó con fiebre alta y la tuvimos que llevar de urgencias. El trato y la profesionalidad fueron excelentes.








