Loreto B. Gala
No todo lo que brilla es oro.

Hace una semana nuestra hija mayor entró al coche molesta. Yo la pasaba a recoger de haber estado toda la tarde con su grupo de amigas en un club de niñas, donde suelen bailar y pasárselo fenomenal. Estaba confundida, molesta y a la vez triste, aunque de su boca sólo saliera una sonrisa. Me contó que lo había pasado muy mal: sus amigas estuvieron excluyéndola toda la tarde y haciendo grupo a parte. Ella no tenía donde estar. Se había sentido sola, desencajada. En un momento dado, se sentó en un rincón y se puso a llorar aunque procuró que nadie la viera porque le daba mucha vergüenza.
Cuando un hijo te cuenta que ha estado llorando solo, duele. Nos duele verlo triste y que nosotros no hayamos podido estar ahí para darle un beso...
A parte de mostrarle mi empatía, nos pusimos a hablar con todo detalle de lo que había ocurrido. Antes quería cerciorarme que no fuera ella misma la que, por alguna razón, hubiera provocado esa situación. ¿Quizás es ella muy sensible? ¿quizás no sabe seguirle el rollo a las amigas? ¿quizás fue ella la que empezó a excluir a las demás?
Empezó diciéndome que las niñas hablaban sobre tener un móvil, y qué modelo de móvil les gustaría tener. Mar sabe que lo de tener móvil es una posibilidad muy remota, al menos en la etapa escolar. Como la conversación iba de móviles se sintió excluida y su aporte fue decir: "y que tal si simplemente no tienes un móvil". Claro, ella con otra mentalidad, quiso “hacerles ver” que era una conversación ridícula, pero al final sintió que ella estaba haciendo el ridículo. Por lo que me contaba, situaciones similares ya venían pasando antes. Esto de luchar contra la corriente no es nada fácil.
Coincide que sus amigas "todas son las menores de sus hermanos, son rubias, de ojos azules y del mismo tamaño... menos yo: que soy la mayor de mis hermanas, soy morena, tengo los ojos marrones y soy la más alta". Se siente un "patito feo"entre ellas. De nada servía decirle "cuántos querrían tener tu tono de piel", "ser diferente te hace ser especial..."
Es que mamá, yo no quiero ser diferente.
Mar se sentía de otro mundo y es verdad que es un poco distinta a las demás. Para empezar, entiende cuatro idiomas, tiene tres nacionalidades de orígenes completamente diferentes y ha recibido una educación más abierta que el resto de sus amigas. Además, es de principios de enero y es la mayor del curso. Mientras las niñas hacen extra escolares, nuestras hijas se van a la playa con nosotros a hacer surf, cuando es posible. Ahora ella se está dando cuenta que su vida es un poco diferente a la de sus amigas y no le está gustando. Ella quiere ser una más. Sentirse parte de una misma camada.
Llegando a casa, llegaba el turno de las preguntas:
Mamá, es que no entiendo: si yo quiero y cuido a mis amigas, ¿porqué no hacen lo mismo conmigo?
¿Porqué si las invito a mi cumpleaños, ellas no me invitan a mi? ¿Porqué tienen que mirarme con cara burlona cuando yo cuento chistes?
Qué difícil es contestar esto.
Su padre se sumó a la conversación, no sin antes preguntarle a ella. Él intentó darle una visión de porqué las niñas podrían actuar así, para que de alguna forma, Mar pudiera entenderlas. Pero esto no le convencía. A ella sólo le importaba sentir la atención y cariño de su grupo.
Es que parecen tenerlo todo. Todas las otras niñas les van detrás, es como si brillaran. Y yo no tengo eso. Acabó diciendo. Me llamó la atención esa necesidad de querer brillar sobre el resto.
Durante tres días cada una por separado siguió dándole vueltas a esta situación. Mar seguía triste y quería solucionarlo lo antes posible, así que decidió hablar a solas con su profesora. Esta decisión le animó mucho, porque sabía que al menos estaba haciendo algo para mejorar las cosas.
Por mi parte, me había quedado un poco preocupada por esa necesidad de querer ser parte de la "masa", de ser y parecer como todas las demás. Esa necesidad de cariño y aceptación. Me imaginaba que si era así con nueve años, cómo seria con catorce, cuando los niños aun están más sensibles. Ese día podia llegar un chico o chica y decirle hacer alguna tontería y ella no saber decir que no.
Sentí la necesidad de contárselo. Así que, como casi siempre, me desvelé pensando en cómo explicarle a mi hija de nueve años el gran dilema de la juventud: la necesidad de sentirse aceptado y querido.
Al día siguiente, otra vez en el coche, se lo dije.
Uno debe escoger a los amigos que nos hacen sentir felices. En cuanto una amiga o amigo no te hace sentir bien o te hace daño, tienes que dejarlo. Esto no significa que no os podáis pelear y que luego hagáis las paces, como papá y mamá. Pero no dejes que te tiren para abajo. Ni que se rían de ti, ni que te hagan sentir menos persona.
Mar oía y asentía atentamente.
Acuérdate, "no todo lo que brilla es oro", acabé diciendo. Ella misma había mencionado la palabra brillar y me acordé de este viejísimo refrán.
O sea, que puede ser que una niña no brille tanto como las demás pero que su corazón sea de oro...
Mar había entendido perfectamente el mensaje.
Muy a menudo, cuando recojo a mis hijas les pregunto si ese día vieron algún niño triste y si es que le ofrecieron ayuda. Siempre estoy inculcando a mis hijas que estén pendientes de los demás. Puede haber un niño o niña que se sienta solo en algún momento y ellas pueden ser unas manos amigas.
Es quizás por esto que Mar no entendía que sus amigas no hicieran lo mismo con ella.
Mar me pidió que yo hablara con las madres de estas niñas para que ellas fueran otra vez más amables. “Yo no puedo decirles eso”, le dije. “Pero te prometo que escribiré sobre esto para que a otros niños no les pase lo mismo”’
Por eso os escribo. Porque puede ser nuestro hijo el que esté triste o el que provoque la tristeza a otro. Por eso, os animo a preguntar a nuestros hijos si ese día hizo feliz a algún niño. O si ese día algún niño se puso triste por su causa.
El bullying está a la orden del día y generalmente nos damos cuenta cuando ya es tarde. Muchas veces, aunque creemos que estamos enseñando a nuestros hijos a amar al prójimo, quizás no estamos ahondando nuestra enseñanza. No solo es el ejemplo que damos, sino que también es enseñarles a reflexionar sobre sus acciones, pensamientos y palabras con respecto a otros niños. Cuanto más les ejercitamos su empatía, menos probabilidades habrán de que un niño se quede llorando solo. Y que esto se repita más veces.
Al cabo de una semana, la profe me dijo que le había encantado la madurez con la que Mar le había explicado su situación. Lo pura que era por dentro. Y me recomendó cambiar poco a poco el grupo de amigas, puesto que esta situación podría repetirse más veces.
Mar me comentó que estas niñas habían vuelto a ser amables con ella, pero ella ya no las busca para jugar. Aprendió a defender su corazón. A elegir a otras niñas con las que no se siente vulnerable.
Está aprendiendo a quererse a sí misma, a aceptar que quizás ella no brilla como las demás, pero que su corazón es de oro. Y al final, el corazón de las personas es el que enamora.
