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  • Foto del escritorLoreto B. Gala

Sobre nuestra libertad y co-responsabilidad.

(PARTE 1)

Hace mucho tiempo que lo vengo pensando tanto y qué poco lo digo. Cada vez que recojo la basura, cada vez que abro un yogur, cada vez que me ducho… Siempre el mismo pensamiento y el mismo propósito: voy a cambiar y voy a pedir que ellos cambien.


Ahora que ya ha acabado el primer mes del año, creo que es el momento de volverme activamente pro-cambio. Y la mejor manera es empezar escribiendo. Que mis pensamientos tomen forma y que las palabras no las lleve el viento. Me escribo a mí misma, pero os escribo a vosotros también, porque somos cómplices en esto.


No podemos evitar ciertas cosas, puesto que no hay opciones, y por muy creativos que seamos y mucha voluntad que tengamos, vivimos en el siglo 21. Hemos sido testigos del cambio de siglo y somos testigos de la vorágine social y tecnológica. La pasta de dientes, por ejemplo, vienen en envases de plástico. El desodorante, el champú... y no podemos dejar de usar desodorante o champú si queremos vernos civilizadamente bien (o al menos limpios). Pero hay muchísimas cosas que efectivamente no necesitan estar envasadas en plástico. Es más, la gran mayoría de las cosas. Es nuestra decisión si las usamos y cómo lo usamos. 


Aquí, pues, voy a hablar de nuestra libertad y responsabilidad. O mejor dicho, de la co-responsabilidad en nuestro estilo de vida.


Estamos en la sociedad de los borregos. Compramos lo que nos ofrece el supermercado. Ojo: lo que nos ofrece, no lo que queremos realmente.  Consumimos lo que es más práctico, lo fácil, lo cómodo. Incluso, lo que buenamente está a la vista,  o al alcance de nuestra mano. 

Tengo tres hijas y una perra, y es verdad que en el día a día nuestro querido “Mercadona, lo soluciona”. Pero quiero ser yo quién decide cómo solucionar mi día a día: porqué y para qué. Es mi libre elección. Y elijo cuidarme, cuidar de los míos, cuidar mi entorno. Con ello, elijo cuidarte a ti, también.  Tú también me eres importante.

Soy persona “pensante”, inteligente, libre y solidaria. Y elijo ir por lo difícil. Al menos, a contracorriente. Porque lo que se ve tan difícil, dejaría de serlo si es que una vez por todas, los gobiernos, las empresas, las fábricas y el fabuloso mundo del marketing respetaran por fin conceptos tan profundamente humanos. Los hemos ido olvidando. Nos han adormecido y nosotros nos hemos adaptado. Y ahora creemos que cómo vivimos, cómo consumimos, es lo natural.  


Lo bueno es que todos tenemos dentro de nuestro instinto humano (y animal), por muy profundamente olvidado que esté, una tendencia solidaria. Y la podemos volver a lucir. Se hace, primero que nada, ejerciéndola.  Por mi y por los míos. Por ti también. Y por los que vendrán. 


¿Qué nos está ocurriendo, que no tenemos tiempo suficiente como para preparar un bizcocho en vez de comprar esas galletas ultra-procesadas, de supermercado? ¿No estoy mirando el envase y leyendo la cantidad de sustratos adicionales que mi cuerpo definitivamente NO necesita? Los conservantes, los edulcorantes, los aromatizantes, los perseverantes (entre otros).

No, no solo eso. Además, se los estoy dando a mis hijos. A mi marido, mi familia, los hijos de mis amigos… Qué ocurre, ¿dónde nos hemos perdido? ¿Dónde está la madre-loba que quiere lo mejor para sus crías, la que está conectada con su entorno, con su nido, con sus miembros?


No estoy siendo drástica. Soy realista. Y neutralmente realista, aunque suene drástico.



Es cierto, no podemos dejar de ponernos desodorante o lavarnos el pelo sin champú. Y estos vienen –lamentablemente- en envases de plástico. Pero a estos elementos básicos, ¿porqué he de añadir más? Entre elegir un yogur en envase de cristal y otro de plástico, ¿por qué no elegir el de cristal, si sé que es menos dañino para mi entorno? Es verdad, es más caro. Pero si ya existen familias que realmente no pueden pagarlo, ¿porqué hemos de subirnos  al carro del “ganador”? ¿por qué no actuamos con co-responsabilidad? ¿Por qué no utilizar mis propios recursos para apaliar las consecuencias de la pobreza? (hablo de aquella que lleva a mayor uso de plástico, mayor consumo irresponsable, mayor pobreza).


Como padres, hemos traído un, dos, tres o más hijos al mundo. No importa el número. La tierra no está super-poblada como muchos aseguran (es cosa de ver en el globo terráqueo de noche la extensión no-poblada, que es tanto más grande). El problema es cómo la utilizamos. Ya pueden haber sólo cinco pelagatos en este mundo y aún así son capaces de cargárselo.

Esto lo decidimos nosotros. Y como padres debemos asegurar esta co-responsabilidad con otras familias. Somos cómplices en esto. Agrego el adjetivo feliz: felizmente cómplices. Porque al hacer esto nos une, nos hace más solidarios, más conscientes, más humanos. ¿No nos da esto felicidad? Ah, y sobretodo: nos permite preservar nuestra especie. Uf... ¡que reflexiones más vertiginosas! Pero, podemos permitirnos al menos pensar sobre esto.


Entre usar pañales de reutilizables y normales, ¿qué decido hacer? ¿Qué es lo mejor para mi entorno, lugar donde vive mi bebé? Nuestras madres no nos ponían pañales de celulosa, porque simplemente no existían. Ellas tenían que lavar. Y muchas, solo a mano. Ahora bien, si decido usar pañales convencionales porque no puedo lavar pañales de tela por la razón que sea, buscaré una vía para reducir el impacto medioambiental que YO estoy provocando con esta elección. Esto es vivir con co-responsabilidad. No hay que ser rebuscados, lo tenemos muy a mano: Los Kinder-sopresa, las cajitas felices del MacDonalds (que ese es otro gran tema), el muñequito de los ojos brillantes que tanto, tanto, tanto, quiere nuestro hijo (que parece que si no lo tiene, se le acaba el mundo). Antes no existían kínder-sopresas ni cajitas felices y los niños no eran menos felices. Todo esto es un juego preciosamente maquinado por las ingeniosas empresas de marketing, que saben cómo llenar los corazones de una aparente felicidad. Los niños de ahora, piden mucho. Porque las empresas y el consumo están “a su altura”. Y porque nosotros, como borregos, se lo damos todo. ¿Necesitan realmente todo lo que nos piden? Si miramos nuestra casa: ¿Cuántas cosas son realmente imprescindibles? Es la cultura del apego... ¿el apego a qué? ¿a lo material? ¡Dónde están estas madres que defendemos la crianza del apego! pues a por ello: el apego a los vínculos, sí. Pero no el apego a lo material.


Es más, os lo digo algo alto y claro: en nuestra casa, los ingresos familiares dependen cien por cien del consumidor, del marketing, de la moda. Aquél monstruo del que os hablo y que nos ha embaucado en esta sociedad borrega. Así que para muchos puedo parecer una impostora o una autodestructora. Pero precisamente por que me muevo en este mundillo del consumismo y del consumidor, del marketing y de la industria de la moda, es que he llegado a todas estas conclusiones. Lo veo día a día. Y día a día me horroriza. Pero no por eso me quedaré callada. Es fácil echar culpas a los demás y no hacerse responsable. Me hago responsable de lo que comunico, de lo que hago y de cómo vivo. Es por eso que os escribo esto. Y este es solo el primer texto de otros que vendrán en donde os quiero recordar cómo podemos ser más co-responsables en nuestro consumo diario. Cómo vivimos, cómo producimos, cómo nos comunicamos.


Yo he cambiado mi modo de vida. Y muchas veces parezco la marciana de mi grupo social. Pero quiero seguir cambiando, porque aún así, hay muchas cosas que debo mejorar. Mi marido y yo, como padres que somos, queremos seguir cambiando las cosas y mejorando nuestro entorno. Es fácil caer en la masa otra vez y acudir a lo fácil, lo práctico, lo cómodo. Pero no por eso dejaré de intentar. 


Os animo a hacer lo mismo...


Pues bien, hagamos uso de nuestra libertad pensando en el conjunto de seres que vivimos en esta gran familia. Como siempre he dicho: todos, por muy distintos que parezcamos, somos parte de una misma manada. Hemos de cuidarla.


Volver a los orígenes nos hace más libres. Porque nos desapegamos de lo material y volvemos a nuestra naturaleza. No existe mayor libertad que sentirse dentro de nuestra naturaleza y expresarla.

Y la naturaleza (y aquí hablo de nuestro entorno o medio ambiente) está para convivir con nosotros. No para explotarla, sino que para usarla. Está a nuestro servicio, lo que no significa que está a nuestra disposición para satisfacer nuestros caprichos.


Vivamos presenciando lo que hacemos y comunicamos.


Cuidemos del mundo (que por cierto, solo hay uno) para que nuestros hijos puedan seguir haciendo lo mismo. No podemos decir que estamos cuidando nuestros hijos si no cuidamos nuestro entorno a la vez. Debe ser simultáneo. Y no solo es cuidar a nuestros hijos. Es cuidar a los hijos de nuestros amigos y a los hijos de los que no son nuestros amigos, también. Todos ellos viven en el mismo lugar, por muy grande que nos parezca la tierra. Ellos lo harán con los demás. 


¿Sabéis por qué?


Porque esto precisamente es la magnífica cadena de la vida.



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